Opinión

El pie que frena el desarrollo de África es la misma África

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África es un continente herido por el pasado, sacudido por el presente y aún incierto sobre su porvenir. En su geografía se mezclan la esperanza y la frustración, la riqueza y la miseria, la resistencia y la resignación

Por Manuel Mba Nkogo Ñengono

Durante décadas, el discurso predominante ha identificado los factores externos como los principales obstáculos al desarrollo del continente: el colonialismo, la esclavitud, el neocolonialismo, la deuda externa, las injerencias extranjeras. Sin embargo, hoy más que nunca, África debe mirarse con honestidad y valentía: el mayor freno a su desarrollo no es el mundo, es África misma.

Un pasado que no se supera porque se perpetúa

La historia colonial dejó cicatrices profundas, pero muchas de esas heridas no han sanado porque las élites poscoloniales las han mantenido abiertas. 

En vez de construir nuevas estructuras, muchos Estados africanos heredaron los sistemas administrativos autoritarios, verticales y extractivos creados por los colonizadores, y los adaptaron a sus intereses personales o de clan. 


De este modo, el poder político se convirtió en un botín, el Estado en un instrumento de dominación, y la política en un negocio de supervivencia.

La falta de un proyecto de nación en muchos países africanos ha generado crisis identitarias, conflictos interétnicos e inestabilidad constante. A pesar de los múltiples esfuerzos de integración regional y continental, el nacionalismo miope, el tribalismo político y el oportunismo diplomático siguen ganando la partida.

Democracias de fachada, autoritarismos funcionales

África ha celebrado elecciones, ha reformado constituciones y ha firmado compromisos internacionales. Pero en la práctica, muchos gobiernos son democracias solo en el papel. 

Las transiciones de poder son escasas; los golpes de Estado, recurrentes; las constituciones, manipuladas al antojo del gobernante. 

En nombre de la estabilidad o la soberanía, se reprimen voces disidentes, se censura la prensa y se vacía de contenido a la sociedad civil.

Lo más preocupante es la normalización del autoritarismo como vía legítima de gobernanza. En nombre del “africanismo” o del “respeto a la cultura local”, se justifican prácticas que niegan derechos básicos. 

Así, el continente cae en una trampa semántica: confunde el respeto por las raíces con la perpetuación del abuso.

 Un sistema económico sin visión soberana

África sigue siendo proveedora de materias primas baratas y consumidora de productos extranjeros caros. 

Esta estructura económica no ha cambiado desde la época colonial

La industrialización es débil, la innovación tecnológica escasa, y la dependencia del capital y los mercados externos, absoluta.

La falta de voluntad política para invertir en educación de calidad, investigación científica y desarrollo sostenible agrava esta situación. ¿Cómo puede un continente aspirar al liderazgo global si no controla las cadenas de valor de sus propias riquezas?

Además, las élites económicas muchas veces actúan como intermediarios de intereses externos. Mientras millones de africanos viven en la pobreza, los capitales nacionales son depositados en bancos extranjeros, los contratos se adjudican sin transparencia y las oportunidades de crecimiento quedan en manos de unos pocos.


 Solidaridad africana: del discurso a la decepción

La Unión Africana y otras organizaciones regionales han formulado bellas declaraciones sobre integración, paz y desarrollo. Pero la distancia entre el discurso y la acción es abismal. Cuando estalla una crisis —ya sea un conflicto armado, un golpe de Estado, una hambruna o una epidemia— la respuesta suele ser lenta, tibia o inexistente.

La doctrina de la “no injerencia” ha servido muchas veces como excusa para la indiferencia. 

Se protege más la imagen de los gobiernos que la dignidad de los pueblos. Mientras tanto, los africanos comunes esperan soluciones reales, cooperación eficaz y decisiones valientes.

‎ La juventud, última esperanza de ruptura

‎La población africana es la más joven del planeta. Esta juventud, conectada, despierta y creativa, es quizá la única fuerza capaz de romper los círculos viciosos. Pero para ello, necesita espacios, oportunidades y confianza. 

En lugar de criminalizarla, reprimirla o usarla como herramienta electoral, los líderes deberían verla como socia indispensable en la construcción del futuro.

‎ Muchos jóvenes africanos ya están creando nuevas narrativas desde el arte, la tecnología, el emprendimiento social o el activismo ciudadano. La gran pregunta es si las estructuras actuales están dispuestas a cederles el espacio que merecen.


‎Conclusión: el espejo como punto de partida

‎El desarrollo de África no puede ser importado. No habrá revolución externa que sustituya la responsabilidad interna. África debe tener el coraje de mirarse al espejo, identificar sus propios errores, y construir soluciones desde dentro. No basta con culpar al pasado o a los demás: es hora de tomar el control del presente con visión, dignidad y coherencia.

‎El pie que frena el desarrollo de África no es invisible. Tiene nombre, rostro y dirección. Y está dentro de casa.

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