Por: Esono Ela Okomo
Si bien se sabe que las religiones occidentales llegaron a África a través de la colonización y las misiones, los misioneros europeos —a menudo acompañando o precediendo a los colonizadores— establecieron iglesias, escuelas y hospitales, difundiendo sus creencias e influenciando las estructuras sociales y culturales africanas. Sin embargo, el comercio y las rutas comerciales facilitaron también la difusión del islam, especialmente en África Occidental, por parte de comerciantes árabes y bereberes. En la actualidad, la juventud africana desconoce por qué es cristiana o musulmana. La inmensa mayoría no sabría decir con certeza cómo llegaron a ser lo uno o lo otro. Porque la mayor parte de la juventud africana está preparada, no para pensar, sino para obedecer las normas del neocolonialismo. Por eso los pocos que estamos despiertos y tenemos el privilegio de pensar al margen del sistema, queremos hacer despertar a la juventud africana en general y demostrarles que decir no a las doctrinas coloniales no es ningún pecado, sino una forma más libre de pensar, de hacer resurgir y progresar nuestra forma de vida ancestral y cultural.
La sombra de la cruz y la medía luna
La llegada de la religión cristiana a África no fue un acto inocente de amor y redención, como a menudo se enseña en las escuelas y púlpitos. Fue una estrategia aliada del proyecto colonial. Mientras los gobiernos europeos conquistaban territorios, los misioneros conquistaban conciencias. Evangelizar no era sólo salvar almas; era, sobre todo, domesticar pueblos. A través de la Biblia, el europeo enseñó a obedecer, a aceptar la pobreza como virtud, a resignarse a la injusticia como parte de la voluntad divina.
Se prohibieron muchas prácticas religiosas africanas por ser consideradas "paganismo". Los tambores, las danzas, los ritos y las lenguas fueron reemplazados por himnos, sotanas y un Dios blanco. En otras palabras: África pagó el precio de la salvación con la muerte simbólica de su cultura ancestral.
Muchos piensan que el islam fue distinto. Que llegó sin imposiciones. Pero basta mirar con atención para ver que también se implantó mediante estructuras de poder, comercio e influencia extranjera. Las grandes rutas del Sahel y del norte de África se convirtieron en corredores religiosos, donde la conversión al islam era parte de un sistema de integración comercial y social, el islam, al igual que el cristianismo, también desplazó creencias tradicionales. Impuso nuevos códigos morales, nuevas jerarquías, nuevas formas de vestir, de pensar, de vivir. Aunque con matices distintos, también promovió la idea de que todo lo africano debía ser reemplazado por lo que venía de fuera.
El verdadero costo: la pérdida de identidad
Hoy muchos africanos practican religiones que no entienden del todo, repiten oraciones en lenguas extranjeras y defienden dogmas que nada tienen que ver con su historia, su tierra o su gente. No es un problema de fe, sino de alienación.
La salvación, tal como fue vendida por los misioneros y comerciantes, ha costado muy cara: ha fragmentado nuestra memoria colectiva, ha debilitado nuestras raíces, y ha generado generaciones que sienten vergüenza de sus propias tradiciones. La espiritualidad africana, con su profundo respeto por los ancestros, la naturaleza y la comunidad, fue reemplazada por una fe que condena todo lo que no encaje en su doctrina.
Renacer la fe desde lo africano
No se trata de negar la existencia de un ser supremo ni de atacar a quienes creen. Se trata de preguntar: ¿Acaso mis antepasados tampoco pudieron ser santos?, ¿Por qué he de rezar en otra lengua para que mis oraciones sean escuchadas ?.
Algunos movimientos ya lo están haciendo. Reinterpretar los textos sagrados desde una mirada africana. Recuperan símbolos, lenguas y ritos, porque de entre todos la mejor pregunta que nos podemos hacer es ¿ Quién tiene derecho a decirte en qué y como creer en Dios? O preguntarnos ¿ Qué cultura es superior a la otra?.
Juventud africana: despertar es no un acto de fe
A la juventud africana hay que decirle con claridad: ser crítico no es pecado. Preguntarse por el origen de nuestra fe no es rebeldía, es sabiduría. Volver a las raíces no es retroceder, es fortalecerse. Ser africano y espiritual no debería implicar negar nuestra historia, sino abrazarla con orgullo.
Quienes despiertan deben invitar a otros a despertar, para liberarse del yugo colonial. Porque el precio de la salvación no puede seguir siendo la esclavitud de nuestras conciencias.
Conclusión
La religión no debe ser una prisión mental ni un legado de imposición. África necesita religiones que hablen su idioma, que respeten su cultura, que eleven al ser humano sin anular su identidad. Solo así podremos reconciliarnos con nosotros mismos y construir un futuro donde la fe no sea una cadena, sino un puente hacia la libertad.
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