Opinión

El Akong: ¿Patrimonio cultural o distracción nacional?

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El Akong es un tesoro cultural que refleja nuestra identidad y sabiduría ancestral. Sin embargo, su mala práctica actual lo ha convertido en un refugio de irresponsabilidad. No es el juego el problema, sino la falta de conciencia en su uso.

Por: Ezequiel Ntugu Esono Bindang 

Por mucho que el Akong sea un juego ancestral, lleno de sabiduría, matemáticas y estrategia, no podemos cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo hoy en día con este juego en Guinea Ecuatorial. Lo que fue en su origen una herramienta educativa y cultural se ha convertido, en muchos casos, en una distracción irresponsable que afecta el rendimiento laboral, profesional y social de muchas personas.

No se trata de negar la riqueza del Akong. Todo lo contrario. Reconocemos que es parte de nuestra identidad como pueblo. Es un juego que, practicamos con moderación, puede estimular la mente, mantener vivas nuestras tradiciones y servir como puente intergeneracional. Pero el problema no está en el juego, sino en la forma en la que hoy se practica.

Hay militares que, literalmente, dejan el fusil a un lado para ponerse a jugar. Funcionarios que solo van a la oficina a firmar la asistencia y luego desaparecen para pasar horas en una partida. Profesores que, en lugar de preparar sus clases, se enganchan al tablero. Incluso hay nombres entre jugadores como “etutobô”, que designa a aquel que no se levanta del banco del Akong porque nadie puede ganarle. ¿Hasta ese punto hemos llegado?

Es triste ver cómo un símbolo cultural tan valioso se ha convertido en una especie de “distracción oficial”. Una actividad que no solo roba tiempo, sino que, en muchos casos, roba responsabilidad. ¿Cómo puede avanzar un país si sus profesionales, funcionarios y líderes sociales dedican más tiempo al Akong que a sus obligaciones?

Otro problema es el enfoque económico que está tomando el juego. Lo que antes era un juego para enseñar, compartir y pensar, ahora se utiliza como excusa para las apuestas. El dinero, como casi siempre, ha venido a corromper la esencia de algo puro. Y eso no solo banaliza el valor cultural del Akong, sino que lo convierte en un instrumento para fomentar la adicción, el ocio improductivo y el abandono del deber.

El Akong no es el enemigo, es un tesoro cultural. Pero como cualquier herramienta poderosa, su uso depende de la responsabilidad de quien lo practica. No se puede permitir que un país que quiere desarrollarse tenga profesionales que cambian el uniforme por el tablero, el deber por el entretenimiento.

Debemos rescatar el Akong como lo que fue: una escuela de pensamiento, no un refugio para quienes huyen de sus responsabilidades. Una fuente de sabiduría, no un rincón para pasar el tiempo sin propósito.

La cultura se respeta cuando se practica con sentido, con límites y con propósito. Si el Akong se sigue usando como pretexto para no trabajar, para no rendir, para no cumplir con lo que cada uno debe hacer, entonces no estamos respetando nuestra cultura, la estamos saboteando.

No se trata de prohibir el Akong, sino de devolverle su verdadero lugar. Practiquémoslo con orgullo, pero también con conciencia. Porque una nación no se construye con jugadores de Akong, sino con ciudadanos responsables.

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