Opinión

¿Cultura o costumbre peligrosa? El debate que África no puede seguir evitando

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Por Joal Ondo 

En el mundo hay muchas formas de vivir, y cada cultura tiene sus propias reglas y costumbres. Como dice el conocido dicho: “ninguna cultura es superior a otra”. Esta reflexión nos sirve de punto de partida para hablar de prácticas culturales que, aunque normales en algunos contextos, pueden parecer extrañas o incluso inaceptables desde otras perspectivas.

África, por ejemplo, sigue siendo un continente donde se conservan muchas tradiciones ancestrales. Esto se debe, en parte, al fuerte vínculo que sus pueblos mantienen con la naturaleza y con sus raíces. Muchas de estas prácticas pueden parecer inmorales desde el punto de vista occidental, pero para las comunidades locales tienen un valor profundo y forman parte de su identidad.

Un caso llamativo es el del rey Mswati III de Esuatini (antigua Suazilandia), quien tiene 16 esposas y 36 hijos. Para algunos, esto puede parecer exagerado o inaceptable, pero en su cultura y tradición, esta práctica tiene sentido y es parte de la autoridad real y el poder simbólico del monarca. Si bien, ese país tiene 17 grupos étnicos y el rey como persona unificadora de la nación, tiene el deber de casarse con mujeres de todos los grupos étnicos del país.

Otro ejemplo ocurre en Mozambique, donde existe un ritual llamado "Pita Kufa". Cuando un hombre muere, su esposa debe pasar por un proceso de “purificación”, que incluye dormir junto al cuerpo del difunto y, posteriormente, mantener relaciones sexuales con otro hombre designado por la comunidad durante unos días. Aunque esta práctica puede causar rechazo en otras culturas, para ellos es una tradición con un sentido espiritual.

Algo parecido ocurre en la cultura fang, donde si un hombre muere, su esposa pasa a ser parte de la familia del fallecido, normalmente del hermano. La razón es mantener a la mujer dentro de la comunidad de su esposo y protegerla dentro del entorno familiar.

Estas costumbres tienen su origen en la tradición, pero también en una forma antigua de organizar la sociedad. En tiempos pasados, muchas reglas culturales se imponían como mandatos divinos para que la gente obedeciera. Se decía, por ejemplo, que los reyes tenían "sangre azul" y que su poder venía de Dios. Pero disciplinas como la filosofía, la antropología y la arqueología han demostrado que la mayoría de estas normas fueron creadas por los propios humanos para mantener el orden.

Esto nos lleva a una idea importante: la cultura debe estar al servicio del bienestar de las personas, y si en algún momento deja de serlo, hay que cambiarla o moderarla. La cultura no es algo rígido; debe evolucionar con el tiempo y adaptarse a nuevas realidades.

Por ejemplo, muchas normas tradicionales eran, en realidad, formas ingeniosas de dar sentido a lo social. En la cultura fang, se dice que tener relaciones sexuales durante el día trae maldiciones. Pero lo que se buscaba con eso era que la gente trabajara de día y descansara de noche. Para que las personas obedecieran, se envolvía la norma en una creencia mística.

Ahora bien, algunas prácticas ya no tienen cabida en la realidad actual. Por más que queramos conservar ciertas tradiciones, si estas ya no aportan al bienestar social o van en contra de derechos fundamentales, lo más sensato es dejarlas atrás o modificarlas.

Eso sí, también hay que tener cuidado con el exceso de intervención de las leyes modernas sobre lo cultural. En Guinea Ecuatorial, por ejemplo, se exige en la actualidad a que un hijo lleve el apellido del hombre que embarazó a la mujer, aunque no estén casados ni haya habido una dote. Esto, en lugar de fomentar el compromiso, puede generar lo contrario: que los hombres no vean la necesidad de casarse ni asumir su responsabilidad familiar, ya que los hijos “ya les pertenecen”.

Antes, si no había dote, los hijos eran considerados de la mujer. Esto motivaba al hombre a formalizar la relación y formar una familia estable. La legalización sin contexto cultural está haciendo que muchos niños hoy tengan apellido pero no tengan padre presente, y eso convierte en un problema social serio, incluso relacionado con el aumento de la delincuencia.

Una tradición como la "Nsua" o dote, desde mi punto de vista, debería fortalecerse y regularse para promover matrimonios más estables y responsables, si bien el fundamento de una sociedad es la familia. En cambio, aquellas prácticas que ya no tienen sentido o que van en contra de los derechos humanos deberían revisarse, flexibilizarse o eliminarse.

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