Opinión

Nuestros padres y profesores nos enseñaron a ser traidores

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La administración pública paga constantemente por la irresponsabilidad de los padres y la escuela.

Por Cayetano Nchuchuma Mbasogo (periodista)

El UNICEF, en reiteradas ocasiones, ha definido la sociedad como “el conjunto de familias”, concepto con el que aquí nos referiremos a la familia como núcleo y, de igual manera, al barrio o vecindario, en tanto que el espacio donde asiduamente comparten y se organizan esas familias.

Es en esas familias donde se desarrollan el “ello” y el “yo” de una persona, como señaló el padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud. El norteamericano Robert Ezra Park, con su teoría de “La ciudad como laboratorio social”, ya nos señala los diferentes elementos sociales que intervienen en la formación de la personalidad de un ser humano. La profesora Hannah Arendt, en sus estudios sobre el desarrollo de la conciencia moral, recogidos en su libro “Los orígenes del totalitarismo”, ya advierte de que un niño que crece en un entorno conflictivo está expuesto a emular las mismas actitudes al hacerse mayor.

En ese sentido, ¿en qué hogares y comunidades crecen los niños de Guinea Ecuatorial? ¿Cómo funciona el flujo de informacion en los hogares de nuestro país y cuál es su recompensa? ¿Cómo mantienen los profesores el control sobre los niños en las aulas, y sobre todo, qué imagen proyectan a esos niños? Analicemos aquí algunas escenas que, sin darnos cuenta, han tenido una repercusión más allá de nuestras expectativas.

Cómo los padres enseñan a sus hijos a ser traidores

Más del cincuenta por ciento de la población actual de Guinea Ecuatorial ha nacido entre 1980 y el año 2000. Es decir, que han crecido en un contexto en el que Guinea Ecuatorial todavía trataba de levantarse con su agosto petrolífero, en un contexto cerrado, sin mucha influencia de leyes internacionales, sin internet; incluso, sin electricidad constante ni canales de televisión. El núcleo familiar estaba todavía en un círculo cerrado, donde la rutina de casi todos los niños se definía mayormente entre la casa y el colegio y, a veces, el campo de fútbol (barrio), para aquellos niños cuyos padres se lo permitían. En ese ambiente, ¿cuál y cómo era el diálogo entre los hermanos, respecto de los padres?

La familia es la primera institución que existe, dentro de la cual el niño es preparado para convivir e interactuar en espacios más abiertos. Así como la calle refleja la educación adquirida en la casa, la estructura de poder establecida en esa misma casa tendrá igualmente un efecto dominó en las instituciones públicas. Por ejemplo, papá y mamá, como máximas figuras de la casa, representan a los jefes de las empresas o ministerios. Los hermanos, entonces, hacen el papel de los compañeros de trabajo. Y el comportamiento entre ellos se define siempre en función de la estructura de mando establecida.

Una cuestión que con mucha asiduidad se daba entre los hermanos en las casas son las acusaciones. Los padres, en un intento de su denominada “disciplina y control” sobre los niños, establecían un espionaje mutuo entre los hermanos en las casas. Cada uno tenía la autorización de acusar ante los padres al hermano, por cualquier mínimo error que cometiera el acusado. De esa manera, cuestiones poco significantes se tornaban graves, ya que el demandante encontraba un pretexto para convertir en víctima a su propio hermano con el que había estado jugando apenas minutos antes. Los problemas entre hermanos no se encaraban, puesto que la “solución” era acusar al hermano ante papá o mamá, de tal forma que el acusado acabase siendo castigado. La lealtad había sido ya demostrada. El acusado recibía su merecido: insultos, humillaciones, palizas y más; el acusador, por su parte, por un momento era visto como un fiel vigilante y, por tanto, algún que otro mimo no le faltaba, en compensación de su “buena labor”. Pero la casa sólo estaba siendo el punto de partida.

La escuela como espionaje normalizado

El colegio era  —si bien no ha dejado de serlo— la continuidad de ese comportamiento. Ahora, la escuela se convertía en la primera sociedad en la que el niño debía interactuar con personas extrañas, no de su familia. Es decir que el colegio venía a significar ese primer espacio de convivencia que reemplazaba el hogar. Los profesores y las maestras, a su vez padres de familias en sus hogares, desde luego, ejercían el mando, en sustitución de los padres de los niños en los hogares.

La figura del hermano mayor, sustituto de los padres en la casa, ya en el colegio recaía en el famoso delegado de la sala. Sin embargo, ¿cuál es realmente la función de un delegado de la sala en los colegios de Guinea Ecuatorial? Todo ciudadano ecuatoguineano sabe sobradamente que la única función corriente de un delegado de la clase en Guinea Ecuatorial es la de realizar las listas de los abusones de la clase. De tal forma que, la eficiencia de un delegado de la clase, en tanto que un líder, se mide en función del número de sus compañeros a los que entrega a ser castigados por el profesor. No son pocas las personas que han suspendido, no exámenes, sino asignaturas enteras; otros tantos que, incluso, han sido expulsados de los colegios, debido a su reincidencia en esas famosas listas. Ebana Edú Achama, en su obra “Cultura Urbana”, ya expone largo y tendido el fatal desenlace de muchos estudiantes durante la década de 1990.

Como podrá notarse aquí, ese niño que en el hogar, ante sus padres aprendió a acusar a sus hermanos, pudiendo dialogar con ellos y, como “recompensa” fue mimado, acababa viendo fortalecida esa costumbre en la escuela, con el profesor, y mediante la elaboración de las listas de abusones. En ese contexto, ¿cómo puede esperarse que ése, mañana, ya de funcionario del ministerio que sea, no acabe pensando que debe traicionar a sus compañeros ante el jefe, para él quedar bien y conseguir un ascenso?

La falta de visión de que las cosas se interrelacionan y pueden, además, tener repercusiones en otros ámbitos sociales y de nuestras propias vidas, nos expone cada vez a cometer errores de los que luego no somos conscientes ¿Son realmente conscientes los padres ecuatoguineanos de que están educando, no solamente a sus hijos, sino también –y sobre todo- a futuros ciudadanos que deberán aprender a convivir y lidiar con un entorno desconocido?

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