Opinión

¿SACRIFICIO O PRISIÓN? EL DILEMA DE QUEDARSE EN UN MATRIMONIO POR LOS HIJOS

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 Por: Úrsula Inés Nkama Obiang Mayé

En algunos hogares, la frase "ya estoy solo  por los hijos, no puedo dejarlos" resuena como un eco de sacrificio y resignación. Mujeres (y a veces hombres) permanecen en matrimonios donde el amor y la conexión se han desvanecido, aferrándose a la idea de que su deber como padres es mantener la familia unida, a pesar de su propia infelicidad.

La pregunta que surge es: ¿cuándo el sacrificio se convierte en una prisión? ¿Es justo para los hijos crecer en un ambiente donde la tensión y la falta de amor son palpables? ¿O es preferible buscar la felicidad individual, incluso si eso significa romper con la estructura familiar tradicional?

Es cierto que la decisión de separarse o divorciarse cuando hay hijos involucrados es una de las más difíciles que una persona puede enfrentar. El miedo a causarles daño, a alterar su estabilidad emocional y a enfrentarse al juicio social son factores que pesan enormemente en la balanza.

Sin embargo, también es importante considerar el impacto a largo plazo de permanecer en un matrimonio infeliz. Los niños son muy perceptivos y, aunque no siempre lo expresen, son conscientes de la dinámica familiar. Crecer en un hogar donde los padres no se aman puede generarles inseguridad, ansiedad y dificultades para establecer relaciones saludables en el futuro.

Además, es fundamental cuestionar la idea de que el matrimonio es un contrato inquebrantable, firmado con la llegada de los hijos. ¿Acaso el amor y la felicidad personal no son también importantes? ¿Es justo renunciar a la propia realización en nombre de un ideal que, en la práctica, puede resultar perjudicial para todos los involucrados?

La respuesta a estas preguntas no es sencilla ni universal. Cada situación es única y requiere una reflexión profunda y honesta. Sin embargo, es crucial recordar que la felicidad de los hijos no depende únicamente de la permanencia de sus padres juntos, sino también de su bienestar emocional y de la calidad de su relación.

En última instancia, la decisión de quedarse o irse es personal y debe basarse en una evaluación cuidadosa de los pros y los contras, priorizando siempre el bienestar de todos los miembros de la familia. No hay respuestas fáciles, pero sí la necesidad de tomar decisiones conscientes y responsables.

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